La inversión de Babalon
Su acción en la mente es la de suspender el juicio y sentir con todos los sentidos, algo fácil de decir y muy difícil de practicar con todos los poros de la piel.
Babalon es la novia sagrada, es la potencia irreverente de la naturaleza, es la conciencia libre de juicio, es la libertad plena de la percepción, es la Voluntad de experimentar la existencia, es la unión con lo divino en el cuerpo y no fuera de él. Es aceptar el cuerpo y, por consiguiente, cuidarlo como nuestro principal medio de percepción.
El aspecto femenino que rige Babalon ha sido siempre negado, relegado a panteones oscuros debido al falocentrismo y a la “insustancial” y racional parte masculina sobreestimada de Dios. Esta negación del poder de lo femenino, afecta directamente a la feminidad de la mujer y al ánima del hombre. La mujer es débil, la naturaleza pierde el respeto del hombre, el varón se hace osco y a la vez dependiente de la mujer, en su dependencia él se vuelve caprichoso y ella lo ve como un niño, ella se fortalece y se endurecen sus gestos, efectos de la negación de Babalon. Perdemos ambos, hombre y mujer, la habilidad de percibir. No sentimos las cosas sino los conceptos. No percibimos el poder de lo receptivo sino su aparente vulnerabilidad, pues no nos maravillamos de la capacidad de adaptación de la madre naturaleza, sino más bien de nuestra supremacía y nuestro poder sobre ella.
El “ver” es una visión intelectual, no bastan los sentidos, no alcanzan, no sirven. El orgasmo es la eyaculación de fluidos, estupor, saciedad, laxitud de los sentidos y no su prepotencia.
La sexualidad es mental, histérica cuando se ofrece sólo a la mente y no también al cuerpo.
Integrar el lado femenino de dios, es abrazar la realidad material y el cuerpo como la prepotencia de lo divino. Es percibir aquí, ahora, y a través de los sentidos elevación.
Limitamos nuestra experiencia humana cotidiana por los pares de opuestos como placer-dolor, bueno-malo, atractivo-repulsivo, dice Linda Falorio hablando de Babalon.
Ser receptivo, sensible, estar abierto a las infinitas posibilidades que se presentan, son síntomas que conforman lo que para nosotros es el “síndrome de debilidad”.
Babalon es precisamente la inversión cultural de las nociones de goce y aceptación:
Babalon nos enseña la unión subyacente entre poder y receptividad, esta es la inversión del poder entendido como fuerza destructiva.
Linda Falorio dice: “...el que pasea por el camino de Babalon es libre dentro de sí mismo rindiéndose a su deseo, abierto a otros así como a sí mismo y al mismo tiempo reteniendo su integridad personal, de independencia y poder.” Abrirse a otros, exponerse, dejarse sentir nos conduce a la dependencia y a la debilidad.. reza nuestra cultura judeocristiana viciada.
Babalon es la inversión de esto, es la apertura aunada a la independencia y al poder.
En Bábalon el poder no es sobre otros, sino más bien el estado de plenitud de los sentidos donde nos sentimos colmados sin sentimientos de deuda. Nos encontramos llenos de amor y placer y sabemos que es nuestra apertura y no el favor ajeno que a logrado sensibilizarnos. No es el otro que produce en mí apertura y plenitud, no es el otro quien me completa, y ante el cuál estoy en deuda por ello, o me vuelvo dependiente o adicto emocionalmente a su influencia, sino que es mi apertura hacia el placer y hacia la completud lo que me abre y me conduce al otro.
En deidades como Afrodita y Babalon, el otro es un medio para expresar la propia e individual apertura hacia el placer y el goce, es la afirmación de la divina receptividad.
La inversión de Babalon es que el otro no me conduce al goce, sino que el goce me conduce al otro, me enfrento, abierto y receptivo a el otro en una apertura y aceptación tal que nada podría herirme. En ello reside la fortaleza y el poder de lo femenino. En la aceptación, en el siempre decir SI. Y en el decir “Si” también fortalecemos al otro con nuestra aceptación, a la vez que enseñamos a ver en el aceptar un gran poder. La conciencia de Babalon es expansiva, permite conectarnos a nosotros mismos con el goce y enseñar al otro a conectarse con él.


Rafael Barrio.